martes, 10 de enero de 2012

Atrapados en la soledad.

 Los ancianos viven en la mayoría de casos en una dura soledad, en donde la diferencia generacional marca una sima que impide hasta el simple cruce de palabras entre niños, jóvenes, adultos y viejos.
Lo de moda es característica, en muchas ocasiones hasta lingüística, esto es un muro en la comunicación general con los ancianos y no digamos en el plano afectivo.
Sin embargo el tema de la soledad no es propio de los de la Tercera Edad, también lo es de las otras generaciones; por eso merece una consideración generalizada para poder entender esta situación tan propia entre nuestra gente.
Y eso hacemos aquí, un enfoque generalizado de esta situación humana. Leerlo significa adquirir un conocimiento que nos permite hacer lo correcto en nuestras relaciones para evitar caer atrapados en la soledad.
La soledad es una de las experiencias subjetivas más demoledoras que existen. Sentirse aislado o desconectado de los otros genera un gran sufrimiento, y se oculta detrás de numerosos desajustes psicológicos y emocionales - depresión, ansiedad, alcoholismo, problemas de sueño, obesidad, suicidio, malestar somático.-
A menudo escuchamos que la soledad es la enfermedad o el mal de nuestro tiempo. En gran medida es así, ya que la sociedad occidental es esencialmente individualista y esta manera de estar en el mundo -que fomenta el éxito individual y la competencia- deja de lado valores humanos fundamentales como la solidaridad, la tolerancia, el reconocimiento o la paciencia.
En un tipo de sociedad como la que tenemos, abundan las relaciones superficiales, efímeras y carentes de afectividad, condicionadas a uno mismo, es decir, al interés individual. Cuanto más individualista es una persona, más probabilidades tiene de sentirse sola.
Una sociedad más colectivista, que antepone el bienestar del grupo al del individuo, favorece la cohesión y la afectividad entre sus miembros. El individualista margina y se margina a sí mismo olvidando que el ser humano es por naturaleza un ser social y que necesita cubrir su sentido de afiliación o pertenencia a un grupo, pues de otro modo, engendra un vacío.
El que suframos o no soledad también depende de cómo fuimos criados en nuestra infancia, del vínculo emocional que establecimos con nuestros padres o cuidadores.
Los niños con apego seguro – bien atendidos en sus necesidades básicas y afectivas: amor, calidez, seguridad y estabilidad- tienden a formar relaciones íntimas con otras personas con facilidad y, por tanto, se sienten menos solas.
Cuando los padres no responden adecuadamente a estas necesidades, se crean niños –y futuros adultos- predominantemente ansiosos e inseguros, que tendrán dificultades para establecer relaciones afectivas o intensas con los otros. De la inseguridad surgen muchos miedos, entre ellos, el miedo al rechazo o al aislamiento.
Podemos temer no tener a nadie con quien compartir la vida, aunque objetivamente esto es imposible. Gran parte de nuestro sufrimiento tiene que ver con nuestras creencias.


Las personas que se sienten solas a menudo piensan que no son lo suficientemente valiosas o que tienen que ser “especiales” o perfectas para ser aceptadas. Se rigen por términos de “todo o nada” –“Si no soy perfecto, soy un fracaso”-, por exigencias absolutistas –“X tiene que quererme”, en vez de, “Me gustaría que X me quisiera”-, y por el catastrofismo –¡Es horrible e insoportable que X no me quiera!
La persona que apenas habla en un grupo por miedo a decir algo inapropiado o poco interesante; la persona que no hace preguntas porque teme hacer el ridículo; la persona que evita tener iniciativa por miedo a no ser aceptada… Estas personas tienen en común el hecho de ser duramente exigentes consigo mismas y de no permitirse cometer errores delante de los demás.
Es evidente que esta forma de pensar bloquea las posibilidades de desarrollar vínculos con los otros. Por ello, si nos sentimos solos conviene que revisemos nuestras expectativas y creencias hacia los demás e intentemos ajustarlas a la realidad.
¿Qué pasaría si nos mostráramos tal como somos? Sin duda, así sería más fácil dar con gente verdaderamente afín. Tal vez nos lleve un tiempo, pero si nos movemos por los círculos adecuados, de modo natural dejaremos de estar solos. Como sostiene Ken Robinson en su libro El Elemento, “tu tribu sabrá ver en tus fallos la semilla de tus éxitos”.


Pero no todo en la soledad es negativo.
Hay personas a las que les gusta estar sin compañía buena parte de su tiempo y no, por ello, se sienten aisladas o solas.
Son personas que tienen una gran conexión consigo mismas.
A solas nos encontramos con nosotros mismos, y esto tiene ventajas más que inconvenientes si dejamos a un lado el miedo a mirar dentro.
Practicar la introspección, es decir, observar nuestros pensamientos, sentimientos y acciones, nos conduce a un mayor conocimiento de nosotros mismos y, con ello, a la estabilidad y a la seguridad.
Distanciarnos de los otros, en ocasiones, es necesario para tomar perspectiva, revisar pensamientos y creencias, aclararnos, soltar lastre, tomar decisiones, forjar ideas, programar proyectos… La conexión con nosotros mismos es tan importante, o más, que estar conectados con los demás.
“No hay amor suficiente capaz de llenar el vacío de una persona que no se ama a sí misma”, como reza la cita.







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